José Luis Algar: Biblioteconomía
8:31:00
BIBLIOTECONOMÍA
Por José Luis Algar y García
Escrito en 2006. Revisado en
2012.
Este relato lo escribí hace seis años para la revista del instituto
dónde estudiaba bachillerato. También trabajaba como encargado de la biblioteca
del centro. Allí se me ocurrió la idea para este relato. Mi profesora no lo vio
adecuado y no lo publicó. Confundió ficción con opinión personal. Le expliqué
mil veces que era ficción, que no es mi opinión, que era solo un divertimento.
Pero nada. Hace unos días lo rescaté, lo pulí un poco y aquí está.
El relato está muy inspirado en la manera de escribir de Chuck
Palahniuk. Frases cortas y frases que se repiten.
Como lo escribí en horas de trabajo no me informé en cuestiones
anatómicas.
Te despiertas un día y eres un
simple e introvertido bibliotecario. Y rezas.
Te pasas la jornada entre libros,
gente silenciosa, catálogos digitales y esos puntos de libro con la fecha de
retorno. Y el olor a libro viejo.
Te vuelves a despertar y eres un
asesino en serie. Y rezas.
Yo digo:
—Viva la lectura. Pero con
moderación.
Y el tipo atado a la mesa del
comedor farfulla algo ininteligible. Hablar bien con cinta americana pegada a
la boca no es algo fácil. En biblioteconomía no nos enseñan a matar, pero la vena
carótida de este energúmeno puede sangrar durante medio minuto antes de que se
muera. Viva la lectura.
No nos enseñan a matar. Nos
enseñan las AACR2 y los registros en formato ISBD y CATMARC.
Tampoco nos enseñan a tomar decisiones
vitales como: cutter, tijeras o abrecartas
Y mientras buscas una opción “d” piensas
en cómo has llegado a todo esto.
En como me convertí en un cruzado en pos de la vida como Dios manda.
El carnet de la biblioteca tiene
unas obligaciones no indicadas al dorso y el bibliotecario debe velar por su
cumplimiento.
Mi horario usual de trabajo es de
10:30 a 2:00 y de 5:00 a 8:00. Ponemos música una hora antes de cerrar para
indicar de préstamo ha finalizado. Música inocua. Música de ascensor.
Entonces me dedico a recopilar
los libros que los usuarios dejan el carros colocados aquí y allá.
Cojo los volúmenes y me dedico a
ordenarlos.
También hay que pasar revista a
los que tienen volúmenes sin devolver, preparar las listas y dejarlas
preparadas para hacer las llamadas al día siguiente.
Llama y pide, llama y pide, como
el cobrador del frac.
—El robo no es de buen cristiano—
Les digo yo por teléfono. Y me responden con toda suerte de improperios.
El bibliotecario tiene acceso a los
datos de miles de usuarios; DNI, teléfono, dirección, nombre. Si fuese
avaricioso no me sería difícil cometer algún fraude.
—No es de buen
cristiano recibir de esta manera a quien llama a tu puerta— Pero ya me han
colgado.
Pero yo tengo todos sus datos.
Se los libros que consultan, el
tiempo de más que tardan en devolverlos, el estado de salida y el de entrada.
Cuando un artículo se devuelve
dañado se debe pagar el precio que fije el mercado en ese mismo momento. Páginas
arrancadas, libros subrayados.
Viva la lectura.
El beneficio de trabajar en una
biblioteca pequeña es que eres tu propio jefe. Por encima de mi solo se
encuentra Dios.
Me pareció una buena idea agrupar
por separado los libros sobre religión católica y los que trataban sobre las
demás.
Pero a nadie le interesó.
Me pareció interesante crear un
programa de “amigos de la Biblia” los lunes por la tarde.
Pero a nadie le interesó.
Me pareció interesante renovar el
Index Librorum Prohibitorum et Expurgatorum, añadiendo algunos títulos a la
lista creando así la trigésima tercera edición del índice.
Pero a nadie le interesó.
Contenía unos 4200 títulos
organizados por:
Herejía, deficiencia moral, sexo
explícito, inexactitudes políticas, otros.
Yo digo:
—Viva la lectura. Pero con
moderación cristiana.
Esa furcia de Bovary no volvería ser
leída bajo estos techos.
El hombre es el único animal que tropieza dos veces en la
misma piedra.
Si no encuentran los libros en
una biblioteca se marchará a otra.
Adiós al positivismo de Mill y
Compte.
Lo que no saben es que tengo
acceso a toda la información. A los prestamos de toda la red de bibliotecas
estatal.
Mundial.
La familia Dumas proscrita; padre
e hijo.
Con un par de clics consigo el
historial de préstamos de ese energúmeno que me pide Justine y Juliete del
Marqués de Sade.
Yo digo:
—No es el libro adecuado para un
buen cristiano— Y el me contesta con una serie de insultos a Dios Nuestro Señor.
Y a mí.
Sale de la biblioteca.
Lo que no sabe es que tengo
acceso a toda la información:
Nombre, edad, dirección. Todo.
El gran diccionario Universal de
Larousse confunde la fe cristiana.
El hombre es el único animal que tropieza dos veces en la
misma piedra. Ese energúmeno acaba de tomar prestado N SAD en otra biblioteca
de la red.
Mi obligación es castigarle y
quemar el ejemplar.
Solo sigo lo acordado en 1559. No
me culpen.
Mi obligación es castigar
aquellos que leen aquellos libros que ponen en peligro nuestra moral.
Cutter, tijeras o abrecartas.
Piensas que es mejor para
cortarle el cuello.
Recuerdas lo fácil que es
cortarse con un cutter. Roza la cuchilla de un cutter con la yema de tu dedo y
acabarás con un corte largo que escocerá durante días.
Imaginad lo que puede hacer con
una garganta.
Visto y no visto. ¡Zas! Como
cortar mantequilla.
Emmanuel Kant arde en el
infierno.
El energúmeno esta atado a la
pata de la mesa de su comedor. Es soltero.
Lo sé.
No tiene hijos ni parientes
cercanos conocidos. Solo una hermana en Toledo.
Intenta farfullar algo.
No le oigo.
Y llora.
Encuentro el libro del Marqués de
Sade colocado sobre el bidet.
Leyendo a Sade en el servicio.
Muy ad hoc.
Oigo como intenta quitarse las
cuerdas de las manos. Oigo como intenta quitarse la cinta de la boca a
mordiscos. Ejercicio de futilidad
Si pudiera, remataría el cadáver
de ese maricón de Lorca.
Entonces vuelvo al comedor. El
tipo me mira con ojos de cordero degollado.
Yo digo:
—Pronto serás lo que pareces—
Y el no me contesta. Pero lo
intenta.
Entonces me apiado de él. Soy
humano. Y le quito la cinta de la boca.
Esa cinta tiene una enorme
capacidad de adherencia, puede arrancarte la piel. Y lo hace.
Y grita.
Entonces le pregunto si quiere
vivir. Y me responde que si.
Le propongo dejarlo con vida a
cambio de cortarle la lengua.
Yo digo,
Yo digo:
—Mi obligación es que no
propagues lo que has leído— Y el me trata de loco. Dice que hay muchas copias
del mismo libro.
Todo a su debido tiempo.
Las novelas de Stendhal son
basura.
Le repito la pregunta, y grita.
Intenta hacerse escuchar. Y decido por el.
Si lo piensas bien la lengua no
es más dura que un trozo de ternera cruda. El truco para un buen corte consiste
en cortar y arrancar poco a poco, cortar y seguir arrancando.
Y el grita, o eso intenta. Se
resiste y logra tirarme al suelo.
Aun teniendo la lengua colgando
me insulta. Insulta a Dios Nuestro Señor.
Ese enano invertido de Capote.
Quemado.
Y no me queda más remedio que cortarle
el cuello, de izquierda a derecha.
¡ZAS!
Y poco a poco se muere.
Sartre no era más que un alborotador.
Y se muere. Lucifer lo tenga en
su fuego eterno.
La primera vez que matas a
alguien te sientes extraño. Pero esa sensación se va con una segunda muerte.
Tercera, cuarta, quinta…
Me ha parecido interesante
renovar el Index Librorum Prohibitorum et Expurgatorum, añadiendo algunos
títulos a la lista creando así la trigésimo cuarta edición del índice.
Contiene unos 8000 títulos,
aunque se mantiene la organización.
Hay que adaptarse a los nuevos
tiempos;
CD’s, DVD’s, webs…
Es una tarea que nunca se acaba.
También he ampliado mi radio de
acción cristiana. No puedo castigar solo a los infieles de mi biblioteca.
He castigado desde Tarragona
hasta Cádiz.
Porque lo que no saben es que
tengo acceso a toda la información. A los prestamos de toda la red de
bibliotecas estatal.
Mundial.
El beneficio de trabajar en una
biblioteca pequeña es que eres tu propio jefe. Por encima de mi solo se
encuentra Dios.
Y a Dios le gusta mi trabajo.
Que por muchos años sea.
Amén.
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