Relato Epidemia

12:54:00

                                                   Epidemia 

No puedo más. No tengo fuerzas para seguir adelante. Noto como cada parte de mi cuerpo cada vez pesa más y por muchas pataletas que doy no consigo avanzar ni un centímetro.
Mantengo los ojos abiertos, pero el agua en la que estoy sumergida no me deja vislumbrar más allá de una leve luz que no sé de dónde proviene. Siento el cuerpo de otras personas chocar contra el mío y en un intento desesperado de salir a flote cada vez me hunden más.
De repente no hay luz que alumbre ni mi mano. ¿Cuánto rato llevo sin respira? Noto una extraña sensación que me hace sentir flotar y en ese preciso instante sé que me voy. Me muero. Por fin podré descansar.  

**********

El día en que este desastre comenzó, yo me encontraba en pleno corazón de Barcelona completamente incrédula a los acontecimientos que la televisión narraba hora tras hora. Supongo que es lo que le sucedió a todo el mundo. Nadie creía posible que una catástrofe como ésta pudiera estar pasando en pleno siglo veinte uno y por eso mismo a casi todo el mundo le pilló desprevenido.
Los hospitales no daban abasto. Habían habilitado lugares fuera de los recintos hospitalarios para poder abastecer a todo el mundo. Los síntomas siempre eran los mismos: Dolor de cabeza, fiebre, paro cardíaco, muerte y…luego volvían a vivir. Los primeros brotes creen que se registraron en Brasil. Y por mucho que los servicios especializados intentaron redimirlos, les fue imposible. Se propagó por cada continente más rápido que la propia peste y en cuestión de días, aquellos enfermos que habían sucumbido a la supuesta gripe y que descansaban en sitios habilitados para ellos (eran tantos que no había sitio suficiente y comenzaron a cavarse fosas comunes) comenzaron a levantarse.
El primer día que fui consciente de lo que sucedía fue de una manera bastante brusca. Caminaba con mi compañera de piso con la compra de la semana. Hablábamos de todo lo que estaba ocurriendo, de esa extraña gripe que estaba asolando a todo el mundo. Acortamos por un callejón y nos encontramos a un hombre tendido en el suelo. En un primer momento nos quedamos de pie sin saber muy bien qué hacer, pero Laura, que era enferma, decidió acercarse para ayudarle. Yo me quedé unos metros atrás. Observé la escena sin saber en ese momento lo que estaba a punto de suceder.
Laura se agachó y quedó a escasos centímetros del rostro de ese tipo que en ese instante mantenía la cabeza gacha. Escuché a mi amiga preguntarle si estaba bien. El hombre pareció reaccionar a la voz de mi amiga. Poco a poco levantó la cara y fijó sus ojos grisáceos en el cuello de mi amiga. En ese preciso instante supe que algo no iba bien. El rostro del hombre tenía un color ceniza, apagado y de su boca brotaba un hilo de sangre de un color marrón que me revolvió el estómago.
–Laura…déjalo –Laura giró el rostro hacia mí. Abrió la boca para decir algo, pero lo único que brotó de ella fue un chillido que me persiguió las siguientes noches.
El hombre se había abalanzado sobre el cuello de mi amiga y ante mi asombro lo había desgarrado con una ferocidad atroz. Cuando observé cómo volvía a hundir su nauseabunda boca, reaccioné. Corrí y arremetí contra el hombre. Lo derribé al suelo y soltó a Laura. El agresor torpemente se puso en pie. Observé entonces, que su ropa estaba claramente desgastada y que su camisa estaba repleta de machas oscuras.
–Llamaré a la policía…–dije sin saber cómo había logrado articular palabra. Pues estaba acongojada
El hombre ladeó la cabeza y me miró de manera extraña. Retrocedí unos pasos. El hombre comenzó a correr. Su paso era lento pero firme. Mantenía los brazos en una postura inusual y su garganta salía un extraño sonido que me erizó el bello.
–¡Ayuda! –grité exasperada– ¡Que alguien me ayude!
Había logrado salir del callejón. No estaba lejos de las Ramblas y por suerte me topé de frente con un agente. Le señalé al hombre que se dirigía hacia mí. El agente levantó la pistola y lo apuntó. Se abalanzó sobre nosotros y el agente me empujó. Pero el hombre no parecía entendernos. Seguía avanzando, con los ojos idos y la boca entreabierta. El policía estaba nervioso, lo notaba. En cuanto estuvo a solo un metro de nosotros le disparó en la rodilla, pero eso solo lo detuvo unos instantes. Volvió a alzarse como si ninguna bala acabara de perforarle la pierna. De nuevo nos atacó, esta vez su garganta emitió un inusual grito que me crispó de pies a cabeza. El agente disparó y el tiro impactó en su cabeza. El hombre cayó inerte al suelo.
No tuve tiempo para pararme a pensar todo lo que acababa de suceder. Llevé al agente al lugar dónde se hallaba mi amiga que por suerte aún estaba con vida y llamamos a una ambulancia. Su estado era crítico. Le había desgarrado la piel y se estaba desangrando. Cuando puse un pie en el hospital observé la desmesura de lo que estaba sucediendo. Había heridos, enfermos por todos los lugares. Pasé los peores minutos de mi vida. Me dejaron en la sala de espera. Pero a la media hora apareció un médico para decirme que acababa de morir. No tenía familiares, yo había sido su familia. Sin poder creer lo que acababa de ocurrir entré para velarla. Estaba cubierta por una sábana blanca. La destapé y me quedé impresionada por el color blanquecino de su rostro. Tenía la boca entreabierta y los labios morados. Y no pude evitar estallar en un enorme sollozo.
Cerré los ojos y apoyé las manos sobre el cuerpo de mi amiga. No transcurrieron más de unos pocos minutos cuando escuché un extraño murmullo. Un sonido roto que provenía de ella. Abrí los ojos y observé fascinada como el pecho de mi amiga subía y baja. ¡Estaba viva! No podía creer lo que estaba pasando. Me acerqué y agarré la mano de mi amiga.
–Laura, Laura…estás viva –dije inocentemente.
Por suerte fui rápida y observé el cambio que había sufrido Laura. Su rostro seguía de ese color que me recordaba tanto a la muerte y sus ojos…eran grisáceos y tenían una extraña tela. Sus labios continuaban del color morado pero sus encías, que pude observar en cuanto comenzó a enseñar los dientes, estaban oscurecidas.
Me separé unos metros. Era incapaz de apartar la mirada de mi amiga. Ella giró el rostro y lo clavó en mí. Se puso rápido en pie y yo choqué contra un pequeño armario.
–Laura…–conseguí decir.
Pero en ese instante comprendí que no era mi amiga. Se lanzó a por mí. Reaccioné a tiempo y salí de la habitación y cerré la puerta. Me quedé tras la puerta escuchando los gemidos inquebrantables que emitía mi pobre amiga. Aguantaba el pomo con fuerza. Descubrí que eso en lo que se había convertido mi amiga era incapaz de abrirlo. Una enfermera se acercó extrañada por los ruidos.
–No abra, llame a la policía está loca…estaba muerta y ahora…–no era capaz de ligar la frase con coherencia. La enferma me empujó y giró el pomo.
–¡No! –grité en cuanto la puerta se abrió.
Pero era demasiado tarde. Laura bloqueó con su cuerpo a la enfermera que no era capaz de creer lo que estaba sucediendo y como si se tratara de una película de terror observé como mi amiga, resucitada, se comía a la enfermera. Algo en mi cerebro se activó. Algo hizo que huyera de allí. Escuché a lo lejos algunos gritos peo no me detuve. No hasta que conseguí llegar a mi piso. Cerré con pestillo la puerta y me derrumbé. Lloré y lloré desconsolada. Acababa de entender qué había pasado. Los muertos volvían a la vida.

Intenté ponerme en contacto con mi familia. Solo conseguí hablar una vez con mi madre. Y lo único que supe fue que estaban en la otra punta del País y que de momento estaban bien. Qué buscarían alguna manera de reunirse conmigo. Pero a los poco días entendí que eso sería algo imposible.
La primera semana en la que el mundo se fue a la mierda no podía dormir. Soñaba cosas tan delirantes que intentaba mantenerme siempre despierta y eso hizo que casi perdiera el juicio.
Solía pensar y creer que mi familia había tenido más suerte que yo. Que habían tenido el valor suficiente como para volarse la cabeza y marcharse de un lugar que se había vuelto una pesadilla.
Había logrado sobrevivir, pero la soledad que me embriagaba era tal, que a veces mi mente divaga entre varias ideas macabras. Entre ella estaba la idea de arrojarme desde mi balcón al vacío. Pero desestimaba la idea en cuento pensaba que pasaría si no moría y paralizada tenía que ver como los zombis se daban un festín con mi cuerpo.
Hasta que los encontré a ellos. Y aunque vivía rodeada de mi pequeña comunidad de supervivientes el no saber nada de mi familia me producía tal desasosiego que hacía cualquier cosa para mantenerme distraída. Aprendí a usar armas y a defenderme y aprendí a no sentir pena ni lástima por aquellas cosas que en otra vida habían sido humanas. Porque ellas jamás lo sentirían por mí.

**********

Es su voz. Ya no noto el peso del agua sobre mi cuerpo, pero si noto como me zarandean salvajemente.
–¡Estúpida! Joder… –es una voz familiar. Se bien de quién es.
Abro los ojos con calma. No quiero despertar. Me sentía bien durmiendo y sin preocupaciones. Pero no hay vuelto atrás. Sigo viva. Antes de poder abrir la boca una arcada inunda mi cuerpo y vomito toda el agua que he tragado. Ren me ayuda a incorporarme. Me sostiene la cara con las dos manos y me mira desesperado.
–¡Has dejado de luchar! –no para de gritar– casi te mueres en ese jodio muelle…joder ¿en qué pensabas?
–No podía…no tenía fuerzas –vuelvo a toser. Uff… me encuentro fatal.
–¡Claro que tenías! Eres tú la que me ha enseñado a sobrevivir a esta mierda…no puedes rendirte.
De repente lo recuerdo. Las imágenes inundan mi mente y he de pestañear varias veces para aclararme. 
 Habíamos acudido al muelle ante una llamada de un barco. Recogían a supervivientes para llevarlos a una isla. Una isla de Europa donde parecían haber controlado la plaga. Ren y yo habíamos acudido para ver si era verdad y nos había impresionado la cantidad de supervivientes que se agolpaban en la entrada del barco. Y era cierto. Se trataba de un enorme barco militar. Antes de entrar había que someterse a ciertos controles para ver que nadie estaba infectado. Y extrañamente fuera solo había dos militares controlando el perímetro. Ren y yo nos adentramos demasiado. Estábamos rodeados de distintos supervivientes que estaban desesperados por subir a ese barco.
–Te dije que era verdad María –comentó Ren sonriente.
–Es peligroso…esto está desbordado de gente…
–Cálmate María. En menos de nada estaremos rumbo a nuestra salvación.
Había intentado parecer contenta, pero algo no me gustaba. Se escuchó un grito y ese grito estalló como una bomba. Todo el mundo comenzó a empujar y a gritar.
–¡Se acercan! –se escuchó decir alguien.
Todos querían entrar y yo me vi arrastrada por la multitud. Ren por suerte, se mantuvo fuertemente cogido a mí. Algo en la lejanía nos dio a entender que sí era cierto que algo estaba ocurriendo.
–Oh mierda…Zombis –dijo Ren.
Intentamos salir, pero era imposible. Éramos tantos y estábamos tan apilados que no teníamos salida. Mi corazón de desbordó cuando observé uno de ellos arrancarle parte de un brazo a un hombre que estaba a dos metros de mí. Y entonces vi nuestra salida. El agua.
–¡Al agua! –le grité a Ren.
Y los dos nos lanzamos. Nos zambullimos bajo el agua, pero no tuvimos en cuenta a la gente que se unió a nosotros. Cayeron unos encima de otros y yo no tenía manera de ver la luz. No sabía cómo salir de las profundidades del agua, ni sabía dónde estaba Ren. Así que me dejé llevar.

 **********

Ren está empapado y tiritamos los dos. Hace mucho frío y me ayuda a ponerme en pie. Tenemos que marcharnos. No es seguro estar de noche en las calles. Hemos de volver a la casa, con los demás.
Me pongo en pie y comenzamos a caminar. Tenemos que llegar hasta la moto que está aparcada tan solo dos calles más arriba. Pero esta distancia con zombies a veces se hace eterna. Escucho un sonido, una melodía que nace de las gargantas más grotescas que existe. Giramos la cabeza. Son ellos, más de una quincena de ellos están al otro lado del callejón y tienen hambre. Ren y yo hemos perdido las armas. ¿Cómo vamos a salir ilesos?

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