7:44:00



No beef sonaba por toda la habitación. Hacía más de una hora que mis padres se habían marchado a trabajar. Tiré la toalla al suelo y me coloqué un conjunto negro de ropa interior. La canción estaba en su momento más apoteósico, por lo que solté la ropa que llevaba encima y comencé a bailar de un lado a otro, saltando sobre mis pies y dejándome llevar. Cuando ya no pude más y noté que me faltaba el aire, me tiré en la cama para finalizar ese lapsus de diversión.
   Hacía tiempo que no salía de fiesta, y menos con nuevos compañeros de clase, así que quería estar guapa y sentirme bien. Respiré relajada y volví a ponerme en pie para continuar arreglándome. Normalmente no solía molestarme en malgastar tiempo eligiendo ropa a la hora de prepararme. Tampoco solía usar vestidos arreglados ni blusas, por lo que tuve que ir a la habitación de mis padres y cogerle prestadas unas medias a mi madre. Eran oscuras y un poco transparentes. Me puse un sujetador sin tirantes que se ajustaba perfectamente a mí, y finalmente escogí un vestido morado. Era un vestido muy sencillo, se ceñía a mi pecho y luego quedaba un poco holgado a la altura de la cintura. Lo que más me gustaba era el escote de palabra de honor.
Aunque estuve a punto de calzar unas manoletinas, finalmente decidí ponerme unos botines con tacón que encontré perdidos en mi armario.
   Me dejé el cabello suelto. Llevaba el flequillo liso y recto. El cabello oscuro caía por mi espalda desnuda. Me pasé los dedos para acabar de desenredarlo y dejé que se secará solo para poder coger un poco de volumen, ya que era muy lacio y siempre me acababa quedando un poco aplastado.
Solo quedaba el maquillaje. Embadurné mis pestañas con un rímel extra largo que tenía mi madre. Me quedé impresionada al ver el volumen de mis pestañas. Me pinté una raya negra contorneando los ojos y me puse un poco de sombra morada. El color miel de mis ojos parecía más vivo que nunca.
Intenté ponerme varios pintalabios, pero al tener los labios ya de por sí gruesos me veía ridícula, así que finalmente decidí ponerme solo un poco de brillo. Me miré en el espejo y sonreí. Me vi guapa y hasta un poco sexy, y eso me gustó.
   La madre de Nora nos acercaría hasta la parada de autobuses. La urbanización en la que vivíamos quedaba bastante apartada de todo. Teníamos que coger un autobús que nos llevara hasta la calle de las discotecas, como era comúnmente conocida
   Si yo pensaba que iba bien arreglada, ver a Nora cambió totalmente mi perspectiva de la sensualidad. Nora estaba despampanante. Llevaba unas medias claras. Vestía una falda negra de tubo y una camisa blanca metida por dentro bastante ancha por arriba, dejando así sus hombros al descubierto. Se había recogido el cabello dejando algunos mechones sueltos y se había pintado los labios de rojo, un rojo que a ella le quedaba impresionante.
—Buenas noches —dije al entrar al coche.
—Hola, Maya. Qué guapa estás —comentó Flor, su madre.
—Gracias.
Nora giró el cuello para observarme y me guiñó el ojo, dando así su aprobación. Durante el viaje Flor no dejó de hablar. Se parecía mucho a Nora en su carácter, era muy extrovertida y alegre y siempre estaba riendo y contando cualquier cosa con un toque peculiar, propio también de mi mejor amiga.
—¿Seguro que no queréis que me espere a que llegue el bus?
—No mamá, puedes irte ya.
   Nora cerró la puerta del coche y se despidió de su madre.
   Cuando llegamos la parada de autobús estaba atestada de otros tantos jóvenes que, como nosotras, salían de fiesta. Sentados en la parada había un grupito de tres chicas y dos chicos que ya estaban bebiendo y parecían muy animados. No aparentaban más de dieciséis años.
Esa era una de las cosas que no entendía. Mi madre, hasta que no cumplí los diecisiete, apenas me dejaba salir por las noches hasta las tantas y aun así, ahora, con casi diecinueve años, era bastante pesada con la hora de llegada.
—Mira que dos chicas tan guapas.
Nora y yo miramos a nuestra izquierda. Se acercaba un grupo de tres chicos de unos veintitantos años. El que se había dirigido a nosotras llevaba una cerveza en la mano.
Nora le sonrió y seguidamente giró el rostro
—Hazte la dura —me susurró sin mirarme.
«¿La dura?», pensé. Eso era fácil para mí.
—¿Estáis solas?
El chico se colocó justo en frente de nosotras y sus dos amigos a su lado. Era el típico chico de gimnasio, y llevaba una camiseta a rayas blancas y azules con más escote que mi vestido, algo que destetaba a más no poder, era muy poco masculino.
—¿Tú ves a alguien más? —contestó Nora.
El chico sonrió.
—Bueno, ahora estamos nosotros.
Enseguida comenzó a entablar conversación con Nora, dejándome totalmente de lado. Realmente no me importaba, ya que ninguno de ellos me interesaba lo más mínimo.
De reojo vi cómo el chico apuntaba el número de Nora. Seguramente sería falso, a Nora le encantaba gustar. Pero luego, a la hora de la verdad, nunca iba más allá.
—¿Y tú no hablas?
Uno de los chicos, prácticamente idéntico al otro, se acercó a mí.
—¿Pretendes que hable sola?
—Me gustan las chicas así. Con carácter.
Casi me ahogué de la risa al escucharle.
—¿Cómo sabes que tengo carácter? —pregunté—. Solo me has escuchado decir cuatro palabras.
—Se nota —contestó con una sonrisa bobalicona en el rostro.
   Por suerte, antes de que siguiera la conversación, vi a lo lejos llegar el autobús, por lo que cogí a Nora de la mano y la arrastré conmigo.
El autobús venía bastante repleto. Tuvimos suerte y encontramos dos asientos vacíos al fondo del todo. Los otros chicos se quedaron al principio y volvieron a ligar con otras chicas.
—Estoy impaciente por ver a Jonás —dijo Nora mirándose en el reflejo del autobús.
Le sonreí.
—No te mires tanto, estás despampanante.
   Llegamos al bar pero no divisamos a ninguno de nuestros compañeros fuera del local. La verdad era que llegábamos algo tarde, así que pensamos que estarían dentro y habrían comenzado sin nosotras. El bar estaba a reventar. Nos abrimos paso entre la gente intentando llegar al final, donde estaban las mesas.
   Cuando finalmente conseguimos acercarnos a nuestro destino, los vimos sentados en una de las últimas mesas, justo debajo de una pantalla plana que emitía distintos videoclips. Jonás y Alex se levantaron a la vez con un vaso de chupito en la mano en cuanto se percataron de nuestra presencia.
—Pensábamos que no vendríais —dijo Jonás.
Nora enseguida se sentó a su lado. Alex hizo un hueco y me senté junto a él. Eché un vistazo rápido al local. Esperaba encontrar a Gabriel, pero no estaba ni él ni ninguno de su grupo.
—¿Qué buscas? —preguntó Alex invitándome a una cerveza.
—Nada —mentí. Volví el rostro hacia él y acepté la cerveza.
   Sara y Julia también estaban y conversaban animadamente junto a Helena y Eric, que también iban a clase con nosotros. Juntaron tres mesas para que todos cupiéramos perfectamente. En la esquina de la derecha, estaban sentados Patric y Mar. Patric venía a nuestra clase, pero Mar no. Por lo que me enteré, eran pareja desde hacía varios años.
—Estás impresionante —dijo Alex.
Sin poder evitarlo me ruboricé.
—Gracias —contesté intentando no sonar muy cortada.
Alex no dejó de invitarme a cervezas y conversar conmigo. De alguna manera me sentía cómoda junto a él, y hasta me halagaba que un chico como él pudiera sentirse atraído por mí.
—Te quedarás a bailar luego, ¿verdad?
—¿Lo dudas? —contesté un poco afectada por el alcohol.
Alex se inclinó y me besó en la mejilla. Fue un gesto tan cálido y dulce que no pude evitar sonreír como una tonta.
    Desvié la mirada y observé cómo Nora conversaba con el resto del grupo, pero por debajo de la mesa acariciaba la mano de Jonás. No perdía el tiempo.
Hacía mucho calor, y entre el tumulto de gente, las voces y la música, me estaba agobiando un poco.
—Oye, voy un momento fuera. Ahora mismo entro —dije levantándome.
—¿Te acompaño? —preguntó Alex.
—No, no. Ahora mismo entro.
Fue fácil salir. Fui dando empujones y tambaleándome un poco. Hacía mucho tiempo que no bebía o, más bien, nunca solía beber, y con lo que acababa de tomarme ya me sentía un poco mareada. Abrí la puerta y recibí plácidamente el abrazo del aire fresco de la calle. Me senté en los escalones de la entrada del bar y clavé la vista en una pareja que se magreaba al otro lado de la esquina.
—Beber no es bueno.
Una voz sonó a mi izquierda. Cuando volteé me quedé helada. Por suerte ya salía con las mejillas encendidas del bar porque si no, seguramente Gabriel habría notado mi rubor al mirarle.
—Aplícate el cuento —dije.
Me salió más tosco de lo que quería que sonara. Gabriel estaba apoyado detrás de la puerta y sujetaba con firmeza un cubata. Se acercó sonriendo y se sentó a mi lado. Olía tan bien que por un instante quise acercarme a su cuello y envolverme en su olor.
—Esto no es alcohol… Es agua.
—Sí, claro…
Le di un trago a la cerveza y los dos nos quedamos en silencio mirando a la nada.
—Estás en mi curso —constató Gabriel.
—Sí.
—No eres muy habladora, eh… —dijo apoyando los brazos en las rodillas y girando el rostro para mirarme.
—Eso dicen.
   En realidad no solía ser tan cortada y estúpida, pero no me salían las palabras. Mi cerebro había dejado de funcionar y no encontraba la manera de devolverlo a la vida.
—Nunca hemos hablado antes en clase —dije intentando tener una conversación—. Sueles estar siempre con el grupo de los cool.
En cuanto dije eso quise que la tierra me tragase. ¿Qué me estaba pasando?
Gabriel sonrió.
—Bueno, son un poco especiales. No te lo voy a negar… —espetó alzando los hombros—. Tampoco es que yo sea la personas más sociable del mundo… —comentó mirándome fijamente.
Y esos ojos azules me atraparon al instante. Nos quedamos mirándonos el uno al otro de manera casi hipnotizante hasta que él desvió la mirada para concentrarse en su bebida. Torció la boca en una sonrisa que me hizo estremecer y dijo:
—Siempre va bien tener a alguien más que te pueda prestar los apuntes… Así que intentaré ser más hablador, si tú también lo eres… —espetó risueño, pero mantenía la mirada fija en su vaso.
—Que te den —contesté entornando los ojos.
Gabriel dejó el cubata en el suelo y se puso en pie enfrente de mí.
—Empecemos de nuevo —dijo.
Extendió la mano.
—Hola, soy Gabriel —dijo con una sonrisa de oreja a oreja.
Me puse de pie mirándolo directamente a los ojos, buscando de nuevo esa conexión que habíamos creado unos segundos antes, y le estreché la mano.
—Maya. Encantada.
   En cuanto nuestras manos entraron en contacto a Gabriel la sonrisa le desapareció del rostro. Palideció de repente y, como si le hubiera dado corriente, me soltó la mano y me miró de tal manera que tragué saliva azarada.
—Ya nos veremos —dijo con voz mecánica.
Sin mirarme y con el semblante serio entró al bar y yo me quedé como una idiota de pie, sin entender nada de lo que acababa de pasar. La reacción de Gabriel me había dejado aturdida. Instintivamente miré mi mano.
¿Qué diablos le había pasado?
Por un momento llegué a pensar que igual podríamos mantener algún tipo de conversación y hasta conocernos pero, tal y como había salido huyendo, descarté por completo esa idea.
Entré al bar y fui abriéndome paso entre la gente. Divisé la melena rubia de Amelia y justo a su lado estaba Gabriel, bebiendo y con el brazo rodeando la cintura de ella. Estaban apoyados en la barra y a su alrededor descubrí a los otros del grupo cool. Pasé tan cerca de Gabriel que el olor de su perfume volvió a embriagarme, pero él no se dignó a mirarme y yo continué mi camino hasta la mesa de mis compañeros. No pude obviar el hecho de que me molestara más de lo que yo pensaba que estuviera agarrándola de la cintura, pero desvié ese pensamiento a lo más profundo de mi mente para poder continuar con la fiesta.
—Has tardado mucho.
   Alex me rodeó con sus brazos en cuanto me senté. Aunque a él le costaba sin duda alguna mucho más emborracharse, se notaba que el efecto ya estaba surgiendo, pues de nuevo se acercó y me besó, pero esta vez directamente en la comisura de los labios. Cerré los ojos y la cara de Gabriel apareció en mi mente. Abrí de nuevo los ojos y me aparté de Alex haciendo que buscaba algo en el bolso.    Escuché cómo Alex bufaba y daba un trago largo a su cerveza. No podía ser que ese imbécil apareciera en mi mente traicionando a mi subconsciente.
—Es hora de ir a algún sitio —dijo Patric—. Nos estamos apalancando un poco.
Todos estuvimos de acuerdo, por lo que nos pusimos en pie para marcharnos. Mientras acababa de guardar las cosas en el bolso, levanté la vista y observé cómo en ese instante Gabriel desviaba la mirada. ¿Qué le pasaba a este tío? Supuse que le habría caído mal, así que intenté deshacer la idea de la atracción que creía sentir hacia él. Por muy guapo que fuera, había actuado de manera extraña y eso no era normal. Alex apoyó la mano en mi cadera obligándome a caminar.
—Tengo ganas de ver cómo bailas —me susurró al oído.
   Lo miré descaradamente de arriba abajo. Ante mi asombro, fui yo quien le cogí de la mano y lo arrastré hacia la calle. Cuando pasamos al lado del otro grupo de clase, estaba prácticamente segura de que Gabriel había visto nuestras manos entrelazadas. Por un instante ese pensamiento me hizo sentir mezquina. ¿Es que solo había agarrado a Alex de la mano para darle envidia?
Entré cogida de la mano de Alex a la discoteca. Sonaba una canción de David Guetta y la gente bailaba totalmente desbocada. Aunque no eran más de la una y media de la madrugada, la sala estaba bastante llena. Nora me agarró de la mano y me estiró hasta el centro de la pista obligándome a soltar a Alex. Empezó a moverse muy sensualmente, moviendo las caderas mientras cerraba los ojos para dejarse envolver por el ritmo de la música. Al principio me dio un poco de vergüenza pero luego, al ver que Helena y Sara se unían a nosotras, me dejé llevar.
   Mis caderas se movían a un ritmo perfecto de acuerdo con la música. Me encantaba sentir el pelo moverse de un lado a otro. Con todo el frenesí del momento, sentí que el alcohol seguía en mi organismo y al parecer más dosificado. Sentía un cosquilleo por todo mi cuerpo. Me reí al ver cómo bailaba Nora con Helena. Estaban imitando a unos que estaban al lado y que parecía prácticamente que estuvieran teniendo sexo.
   Me aparté el cabello del rostro y miré al frente. Alex me observaba desde fuera de la pista. Tenía un cubata en la mano y junto a él estaba Jonás. Le sonreí divertida y me di media vuelta para seguir bailando.
   Empezó a sonar No beef, la misma canción que había estado bailando esa noche en mi habitación y, literalmente, me volví loca. Alcé los brazos, cerré los ojos y empecé a dar saltos envuelta por la emoción, hasta que llegó el momento que más me gustaba de la canción. Dejé de dar saltos y continué bailando moviendo todo el cuerpo, contoneaba las caderas y, al compás, los brazos y la cabeza, disfrutando como nunca, dejando que mi cabello ondeara de un lado a otro. Sentí unas manos frías acariciarme la espalda. Me giré y abrí los ojos esperando encontrarme con el rostro de Alex, pero en vez de eso me encontré con el mismo chico de la parada de autobús. Lo miré disgustada, pero a él pareció no importarle.
—Bailas de maravilla. Muévete para mí —gritó para que lo oyera.
Me di media vuelta y me acerqué a Nora, pero me agarró fuertemente del codo y me acercó a él.
—Bailemos —dijo pegándose a mí.
Lo intenté apartar pero él volvió a acercar su cuerpo al mío.
—Está conmigo.
   Una voz fuerte y segura sonó a mis espaldas. La reconocí entre todo el jaleo. Esta vez, una mano cálida y firme me agarró de la cintura y me volteó, apartó un mechón de pelo que me tapaba la cara y me besó. Y sin ningún miramiento acepté el beso.
Sus labios cálidos y su lengua se fusionaron con la mía. Me agarraba fuertemente de la cintura y podía sentir todo su cuerpo contra el mío. No negaré que me gustara, porque me encantó, pero esperaba sentir algo más.
   No quise estropear el momento y continué besándolo. Mi canción acabó y empezó a sonar We found love de Rihanna.
Me separé un instante de él para bailarla con Nora. Jonás estaba bailando al lado de mi amiga, pero al parecer, de momento, no había pasado nada entre ellos. Arrastré a Alex conmigo hasta que llegamos donde estaban todos los demás.
—Me lo estoy pasando muy bien —grité
—No lo jures —me dijo guiñándome un ojo.
Alex me abrazó y me atrajo de nuevo hacia él. Me buscó con la boca y acarició mis labios con su lengua.
—Desde el primer día de clase cuando te vi llegar me sentí atraído por ti.
Me sorprendió que me dijera eso y no supe qué contestar.
—Tienes una cara tan bonita que no me cansaría nunca de mirarla —comentó, y yo sonreí alagada.
   Alex me estrechó entre sus brazos y acarició mi cabello.
   Levanté la vista y me encontré con la gélida mirada de unos ojos azules que parecían escrutarme con odio. Al fondo de la pista, Gabriel bailaba pegado a Amelia, pero no me quitaba la vista de encima, ni cuando se percató de que yo lo estaba viendo. ¿Podía ser que sin conocerme me odiara? Eso era imposible. Decidí pasar de él, así que agarré el rostro de Alex y me concentré en él, en besarle y en pasármelo bien.
   Debían de ser las tres y media cuando empecé a estar cansada. Durante las dos horas anteriores no había dejado de moverme, de bailar y de reír, y estaba un poco agotada. Alex se había marchado a buscar algo para beber y Nora estaba acurrucada junto a Jonás.
Ya no bailaba con la misma intensidad y, mientras esperaba a Alex, miré por la discoteca intentando divisar a Gabriel, pero no lo encontré. Me odiaba a mí misma por estar tan pendiente de él, por saber que, aunque él hubiera actuado de esa manera tan extraña, no era capaz de dejar de buscarlo.
   De repente empecé a sentir frío, mucho frío. Me rodeé con los brazos y miré extrañada a mí alrededor. Me pareció escuchar mi nombre. Viré el rostro y entre el gentío que seguía moviéndose sin parar divisé a una chica completamente quieta. Su vista se posó sobre la mía y su mirada me hizo estremecer. Sentí un escalofrío horrible y no pude evitar que los dientes me castañearan. Estaba muy pálida y parecía que había sido agredida. Llevaba el cabello oscuro enmarañado y tenía unas ojeras horribles, aparte de algún que otro moratón por la zona de la mandíbula. ¿Por qué me miraba a mí fijamente y no pedía ayuda a los porteros? Abrió la boca y en ese mismo instante estaba casi segura de que, en un pequeño susurro, mi nombre había salido de ella.
Me acerqué a Nora corriendo.
—Nora, ¿has visto a esa chica? —Señalé con el brazo en la dirección donde segundos antes estaba.
—¿A cuál de todas?
No estaba. La miré extrañada.
—Maya, deja de beber… —dijo divertida Nora.
Era extraño, unos segundos antes había estado a tan solo unos metros de mí y ahora, sencillamente había desaparecido.
   Intenté localizarla, pero de nuevo sentí el mismo escalofrío. Esta vez alcé el rostro inquieta y la vi. La gente bailaba a su alrededor como si no existiera. Nadie se percataba de su estado, de que estaba herida y que parecía a punto de derrumbarse.
Comenzó a caminar entre la gente alejándose de mí y buscando la salida. Un extraño sentimiento me inundó. De alguna manera mis pies comenzaron a caminar solos. No sabía por qué, pero debía socorrerla. Sentía la necesidad de ayudarla.
   Caminé aprisa entre la gente, abriéndome camino con rudeza. La vi salir por la puerta, o eso me pareció. Corrí hacia la salida, y cuando los porteros me abrieron la puerta no la vi.
—Acaba de salir una chica con muy mal aspecto —espeté nerviosa a los porteros.
Uno era mulato, llevaba el pelo trenzado y debía de medir unos dos metros aproximadamente. El otro era más bajito y calvo pero de complexión más fuerte.
—Aquí salen muchas así —dijo el mulato y, junto al otro, empezó a reírse.
   No me digné a contestarles y caminé hacia el final de la calle, donde estaban la parada de autobús y la de tren. Me pareció distinguirla entre la gente. Al parecer se alejaba en dirección al parking de tierra que había al lado de la estación de tren.
Empecé a correr para alcanzarla.
—¡Eh! —grité esperando que me escuchara.
No se dio la vuelta y, ante mi asombro, se adentró en la maleza que crecía al final del parking. Unos metros más allá empezaba el bosque que llevaba directamente a la montaña. Titubeé al llegar al final del camino de tierra pero una fuerza venida de la nada me empujó a entrar, y así lo hice.

De repente todo se volvió más oscuro. Ya no estaba tan convencida de haber hecho lo correcto. Apenas distinguía algo con la luz de la luna. Me adentré un poco más hasta que llegué a un pequeño claro lleno de maraña muy alta y árboles que se torcían de manera atroz y se cernían sobre mí. Tenía la sensación de estar encerrada.
Y allí estaba.
   Tenía el cabello suelto y estaba de espaldas y quieta mirando al suelo. Me acerqué lentamente para no asustarla. El corazón me iba a mil. Llevaba un vestido rosa hecho trizas. Pude ver el sujetador y parte de la espalda, prácticamente morada de los golpes que tenía. «Pobre chica», pensé ¿Quién le habría hecho algo así?
Alargué el brazo para tocarle el hombro con cautela y que no huyera de nuevo pero, antes de hacerlo, la chica se giró y se lanzó literalmente encima de mí.
Caí de espaldas y noté el peso de su cuerpo sobre el mío. Desprendía mal olor, un olor que me recordaba a algo en descomposición.
—¡Para! —grité asustada.
   Mantenía los ojos cerrados, pues la chica no cesaba de intentar alcanzarme el rostro con sus manos. Estaba loca. No era capaz de defenderme, me había pillado muy desprevenida.
De repente dejé de sentir su peso y abrí los ojos. Había desaparecido. Mi respiración agitada era lo único que se escuchaba. Me puse en pie dispuesta a marcharme corriendo, pero de nuevo apareció de la nada, se materializó enfrente de mí como por arte de magia. Esta vez estaba tan cerca que pude observar su rostro y grité del miedo.
   No estaba viva. Su rostro demacrado dejaba entrever parte del hueso de su mandíbula. Caí al suelo impactada por lo que acababa de ver y cerré los ojos. Me cubrí los oídos con las manos y empecé a tararear una canción. La misma canción que cuando tenía ocho años, la cual mi abuela me había enseñado para hacerlos desaparecer. El recuerdo de mi infancia me inundó y empecé a llorar. No quise moverme ni un centímetro por miedo a que me atacara, solo quería que se marchara, como ya lo habían hecho más de una vez, y que me dejara sola. Cada vez tarareaba más fuerte, presa del miedo.
   Me dio un ataque de nervios cuando sentí cómo me agarraban de los hombros y me obligaban a ponerme de pie.
—Déjame… Por favor… Otra vez no…
Me empezaron a zarandear con rudeza
—¡Otra vez no! —vociferé asustada.
—¡Maya, mírame!
Esa voz era conocida. Dejé de tararear.
—Vamos, mírame…
   Abrí los ojos lentamente. Había derramado tantas lágrimas que el rostro que observé estaba borroso.
—¿Qué te ha pasado? ¿Te han hecho daño?
Era Gabriel.
Parecía turbado y no sabía muy bien qué hacer. En ese instante me dio igual lo que pudiera pensar de mí, me lancé a sus brazos y continué llorando.
—Eh… Eh —me apartó y me obligó a mirarlo.
Sus ojos me escrutaron rápidamente, intentando encontrar algún signo de violencia.
—¿Quieres que vayamos a la policía? ¿Llamo a alguien…?
 —No… —dije con la voz entrecortada.
   Me rodeé con los brazos. Había refrescado. Gabriel se quitó su chaqueta y me la puso alrededor de los hombros.
—¿Cómo me has encontrado?
—Venía a buscar mi moto y escuché a alguien gritar. —Gabriel no cesaba de mirarme—. ¿Qué te ha pasado, Maya?
Abrí la boca intentando dar una respuesta lógica, pero… ¿Qué iba a decirle? ¿Qué había visto a una muerta?
Eludí la pregunta.
—¿Puedes llevarme a casa?
Gabriel suspiró y asintió.
   Caminamos el uno pegado al otro. No pude levantar la mirada del suelo por temor a ver algo que no quería ver. Notaba cómo Gabriel de vez en cuando me echaba un vistazo para saber cómo estaba. Me mantenía sujeta del codo, supongo que por temor a que pudiera caerme. Seguramente ahora mismo pensaría que estaba completamente loca.
  Me guió hasta una Yamaha FZ6 negra y enseguida supe que era de él. Había estado viendo toda la semana cómo Amelia se subía en ella de paquete. Ahora sería yo, pero en una situación muy diferente.
   Me sentía bastante debilitada. Gabriel me agarró de la cintura para ayudarme a subir y me dio un casco negro, que era exactamente igual que el suyo.
—Agárrate —ordenó antes de cerrar la visera del casco.
Le rodeé por la cintura y apoyé mi mejilla en su espalda. Cerré los ojos y, aunque fuese difícil dada la situación que acababa de vivir, disfruté del trayecto.
—Ya puedes soltarte.
   Abrí los ojos y me di cuenta de que estábamos enfrente de mi casa. Sin duda alguna había llegado sin perderse, y eso que solo se lo había explicado una vez antes de subir a la moto. Un poco azorada al darme cuenta de que había estado sujeta a él durante todo el camino, me solté y torpemente me bajé de la moto. Esperaba unas palabras amables, o que al menos se hubiese quitado el casco para hablar un poco conmigo, pero en vez de eso se despidió fríamente de mí.
—Nos vemos el lunes en clase. Descansa.
   No me dio tiempo a devolverle la chaqueta, pues arrancó en cuanto acabó de hablar, y me dejó sola ahí de pie, con una pinta horrorosa. Ese chico parecía tan desequilibrado como yo. Venía a rescatarme y ahora se marchaba tan secamente. No quise amargarme con ello, tenía otros problemas más importantes.
   Mis padres aún no estaban en casa, así que subí rápidamente a mi habitación y me desvestí. Estaba aterrada, no podía cesar de mirar a un lado y a otro esperando que apareciera algo. Lo que había vivido en el bosque me había dejado devastada. Miles de recuerdos me inundaron: mi infancia, las noches tan malas que solía pasar y el miedo a la oscuridad. A la tarde siguiente iría a hablar con mi abuela. Ella era la única que podría comprenderme.
   Me quedé en ropa interior y cogí la chaqueta negra de Gabriel para colgarla en una percha. Olía a él. Enterré mi rostro en ella e inspiré. Y cuando me di cuenta de lo que estaba haciendo la solté. Había sido un comportamiento impropio de mí.
   Me tumbé en la cama y me tapé hasta la barbilla. Pensé en Alex y Nora y supe que estarían preocupados. Le mandé un mensaje a mi amiga para que estuviera tranquila y le dije que le llamaría por la mañana. Con tal de no volver a pensar en lo sucedido, intenté dejar la mente en blanco y, por suerte, conseguí dormirme al instante.


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